Relato de una Historia Real
UN VIAJE AL PASADO
En los últimos días del siglo XIX y principios del siglo XX. Estaban de regreso a su pueblo, en Antioquia
la Grande, uno de los primeros
batallones de soldados dados de baja en la guerra de los mil días. Entre ellos,
dos amigos y compañeros, no solo en el ejercitó, sino, también, en la escuela. Ya
que desde niños, todo lo habían compartido. Sus familias, sus estudios, amigos
y juegos.
Pero para Juan, había una
desagradable sorpresa. Sus padres habían muerto y sus hermanos se habían ido del pueblo. Nadie le había avisado de
ello y la angustia y la soledad se apoderaron de él.
Su amigo Antonio, lo consolaba, le
ayudaba a llevar esa terrible realidad. Pero el no salía de su tristeza. De sus
recuerdos.
Para Antonio, era distinto: Llego a
su casa, y todo estaba en orden. Sus padres, sus hermanos, amigos y la novia,
más amorosa y linda que nunca.
Así pasaron los días las semanas y
también, los años.
Juan y Antonio no se volvieron a
ver, ya que Juan, sin decir a nadie
nada, se fue, desapareció y nadie sabía de su suerte.
Antonio, por el contrario, se entregó
completamente al trabajo del campo en la finca de sus padres y se casó, con su
novia de toda la vida, María Lucía. Era un lindo matrimonio. Dos hijos que adoraban
y en ellos, tenían puesta toda la ilusión de padres jóvenes y felices.
Después de unos años, Antonio y
María Lucía, dejaron la finca y se fueron a vivir al pueblo. A una bella casa.
Grande, llena de luz de jardines, de fuentes sonoras, sus chicos entraron a la Escuela
de las Monjas, Y las familias, tanto del uno, como del otro, fueron tomando su
camino, hasta llegar a quedar solos en el pueblo.
Pero eran felices se amaban… Allí,
toda la familia llegaba de diferentes pueblos cercanos o lejanos y pasaban
junto a ellos, las navidades y las fechas familiares. El resto del año, lo
pasaban solos.
Antonio no volvió a saber nada de
Juan. Nadie sabía de él.
Pero un día cualquiera, sonó el eslabón
de la gran puerta de la casa de Antonio y María Lucía. Era Juan… La sorpresa y
la felicidad de Antonio, fueron muy grandes.
La llegada de su amigo, lo llenó de gozo y entre abrazos y
recuerdos le dio una calurosa bienvenida.
(Pero lo que no se imaginaba Antonio, era el dolor que le traería a su
vida ese amigo, que era su hermano).
Su casa, se volvió la casa, el
hogar de Juan. Sus hijos, lo miraron, desde que llegó, como un tío más y María
Lucía, como un hermano, un cuñado. Al fin y al cabo, lo conocía desde niña.
Fue instalado en una linda y gran
alcoba que daba al patio principal, quedando completamente independiente y
separado de la familia y también del servicio.
Solo en las noches, en los ratos de
tertulia, en el gran salón, al calor de una taza de café o chocolate, se
reunían a jugar cartas, hacer las tareas con los niños o a cantar, acompañados
con las guitarras, canciones que les traían recuerdos a todos.
Así, pasaron los años. Ellos,
encargados cada cual, de sus negocios personales. Los niños creciendo y
estudiando y María Lucía, entregada a las labores del hogar y a las obras de
caridad de la parroquia, del Padre Pedro.
Todo era normal. Los encuentros
familiares, los paseos al rio, la ida a la finca, la tomada del café en las
tardes de bordado con las amigas, el rosario de la noche y las tertulias
familiares.
Un día cualquiera, en la mañana.
Llego, de improviso Juan a la casa.
María Lucía estaba en la cocina con la
negra Toña y Rosita. Preparaban el
almuerzo, organizaban el oficio que faltaba en casa, cuando se dieron cuenta de
la presencia de Juan.
Les extraño y le preguntaron que le
pasaba, si se sentía bien, a lo cual el contesto que sí, que todo estaba bien.
Le invitaron a una tacita de café y luego él se fue a su habitación.
Ellas siguieron en sus qué haceres.
María Lucía, salió del cuarto de
lavado y aplanchado, en compañía de
Rosita, llevando en sus manos la ropa
blanca, (Ropa de cama, manteles y
demás), para guardar. Rosita se
devolvió, se le había quedado algo. María Lucía, comenzó a guardar la
ropa, en el armario de la pieza de
costura. Estando en esto, de espaldas a la puerta de entrada, no se dio cuenta
que Juan llegaba y sin mediar palabra y por la espalda le disparo. María Lucía
agonizando, cayó al suelo y el volvió a dispararle.
Rosita que en ese momento llegaba y
vio todo, salió corriendo y gritando. ¡La mato, la mato! Toña, que escucho los
gritos, de Rosita y los disparos, salió
corriendo de la cocina y llegó hasta la
pieza, donde vio a su ama en el suelo y a Juan parado al lado del cadáver.
En ese instante sonó otro disparo,
y Juan cayó al suelo, con un disparo mortal en su sien derecha.
Toña corría, Rosita también.
Gritaban histéricas, dando vueltas, Hasta que por fin, salieron a la calle y
fueron escuchadas.
Todo el mundo entró, no entendían
nada. Unos fueron por el Alcalde. Otros por el Padre Pedro y los demás, fueron
a buscar a Antonio.
Las vecinas, gritaban a la par de
Toña y Rosita y el perro latía al pie de la puerta de la pieza de bordado sin
dejar entrar a nadie. Él también, estaba histérico…
Antonio llegó corriendo acompañado
por los hombres que fueron a buscarlo… Entro, a la pieza y cayo de rodillas
ante el cadáver de su esposa.
(Nadie miraba el cadáver de Juan,
que muy cerca estaba de la entrada y todavía, sostenía el arma en su mano
derecha, mientras su cara, era una mancha roja, por la sangre que manaba de su
herida).
Los niños… Todos hablaban de los
niños. Pero no hacían nada. No sabían, si ir por ellos al Escuela de las
Hermanas o dejarlos allí, hasta que ellos llegaran. El Padre Pedro, tomo las riendas de la
situación y mando la razón, con su secretario, a la Madre Priora. Debían, dejar
a los niños allí, que no se dieran cuenta de nada, por lo menos, en esos
momentos.
Así se hizo… Las Monjitas
protegieron a los dos niños, que no sabían ni entendían nada y para ellos, la
novedad de estar en el Colegio todo el día, y dormir allí, les preció genial.
Mientras tanto en su casa, seguía
la tragedia:
Antonio como un loco, que nada
entendía. Lloraba y abrazaba a su esposa… Luego calmado y en silencio, la tomo
en sus brazos, la llevo a la alcoba, donde la tendió sobre la imponente cama
nupcial y ya, solo con ella, la seguía
abrazando y llorando en silencio. Nada más.
Toda la gente, miraba desde fuera.
Nadie decía nada. El silencio era total. Y esa mañana de luz, se fue
oscureciendo, hasta convertirse en la más oscura tormenta vista, hasta ese
momento, en el pueblo.
El Alcalde, el Padre Pedro, Las
Monjitas, eran las únicas personas, que ponían orden en ese caos. La negra Toña
y Rosita, tampoco estaban anímicamente, preparadas, para hacer frente a todo
ello y en un rincón con el perro a sus pies, lloraban y a veces, gemían,
simplemente, gemían. Ya no gritaban, no
hablaban y sus miradas estaban perdidas en el vació, mientras el perro, aullaba
como un animal herido.
Los días siguientes fueron mortales
para Antonio. Su familia lo mismo que la familia de María Lucía, llegaron al
pueblo para acompañarlo.
Los niños con las Monjas. La
familia repartida, en casa de amigos. Y Antonio… Solo… Totalmente solo en su
casa…
Todo lo que tenía que ver con las
investigaciones del caso, las exequias de Juan y María Lucía se fueron
desarrollando a su debido tiempo y el pueblo comenzó a normalizarse.
Los niños volvieron a ver a su
padre una sola vez y nada más. Preguntaban por su mamá. Preguntaron a su padre
por ella y también, a todo el mundo. Pero nadie
contestaba...
¡Una vez, solo una vez, vieron a su
padre y jamás lo volvieron a ver en su vida!
Ellos se fueron del pueblo con sus
tías, sin haber vuelto nunca más a su casa, sin sus juguetes, sin sus cosas,
sin nada… La vida de esos niños quedo dividida en dos… Hasta el tres de abril de
un año que no olvidaron y luego…Del tres de abril…Donde todo lo perdieron, quedando
con sus manitas vacías… Nada…les quedaba… Nada…
¿Su padre? Se fue en su caballo
negro, muy despacito en compañía, de Campeón, su perro.
Dicen, los que lo vieron, que se perdió en el monte.
Otros, aseguran que llegó a la vieja finca y allí se encerró. Otros, que se
despeñó, en el cañón de las brujas. Pero la verdad, es que jamás se volvió a
saber de él.
Se cree que la versión, más lógica
es la segunda. Ya que la negra Toña y Rosita, vivían allí, (en la finca) solas con
el perro. A Campeón, se le veía, a veces.
Han pasado cien años, justo, cien
años, y esta historia sigue siendo un misterio totalmente impenetrable, para
los descendientes de Antonio y María Lucia.
Pero para mí hubo un desenlace. Tal vez no, un desenlace. Pero
si la respuesta a muchas preguntas, que yo me hacía, (No, a todas mis
preguntas).
Un bisnieto, de ellos. Mi amigo, un
día cualquiera cogió su morral, y sus
cámaras y se fue a conocer su pueblo.
Según su relato, era tal cual su abuela se lo describía. Blanco, lleno de
jardines, donde la modernidad, había llevado confort, más había respetado su
entorno y se convivía en medio del pasado y el presente, en armonía.
Busco a los contadores de
historias: Personas que a la sombra de los árboles, en el parque principal de
un pueblo, le cuentan a aquellos que le preguntan, todo lo ocurrido en él, en
el transcurso de los últimos siglos, los
últimos días, o las últimas horas.
Y le contó con lujo de detalles
todo lo ocurrido. Además, lo llevó hasta la casa, le mostró que continuaba cerrada
y que nadie tenía la llave. Que la llave se la había llevado Don Antonio y con
su muerte, se había perdido.
Mi amigo, no pudo hacer nada en
este viaje. Pero se propuso conseguir los papeles para probar que su abuela, su
mamá y el, eran los legítimos herederos de esta vieja y ruinosa casa. Esto, con
el fin de conseguir el permiso para forzar la puerta. Y Así lo hizo.
En su segundo viaje, en compañía de su Abogado. Hablo con el Alcalde, le presento todos los
papeles y con todas las autorizaciones, forzó la gran puerta y entro
a su propiedad. “Comenzó su viaje al pasado”.
Una capa de polvo, que ya era
tierra, lo cubría todo. Las paredes estaban manchadas por el agua, que en los
días de lluvia, caía por ellas. El olor era penetrante, la oscuridad, aun
estando de día, era grande. Era la imagen total de la decadencia. De la tristeza. Del dolor.
Y mi amigo, se sentía igual. Su
corazón latía aceleradamente. La ansiedad y la angustia ante lo
desconocido…Ante lo que podía descubrir…Ante lo que podía encontrar y saber de
sus antepasados, lo hacía sentir así…
No quiso que nadie lo acompañara y
comenzó su recorrido: Los jardines destruidos, la cocina, aún con las ollas en
el fogón. Las puertas de las habitaciones, cerradas, pero la pieza, de costura,
estaba abierta, el polvo todo lo cubría. En
el armario se veía, aún la ropa,
otrora, blanca completamente amarilla y rota, por la acción de los roedores que
eran los dueños y corrían por todo lado. En el piso, con una capa de
centímetros y centímetros de polvo, se alcanzaba a ver una parte oscura, negra.
Una mancha que delataba que allí, era el piso
distinto.
Allí, tuvo la certeza, que todo era
igual a aquel aciago día. ¡Estaba aterrado! Descubría un pasado que jamás se
había imaginado conocería. Aunque, conocía la historia. Esto no se le había
pasado nunca por su mente… Nunca. Ni siquiera, cuando estaba consiguiendo los
papeles que le permitirían entrar al pasado.
Respiro, para que el corazón
latiera, un poco más despacio y siguió el recorrido. Llego a la alcoba de los
niños, como toda la casa, con mucho polvo. Pero se respiraba, tranquilidad, en
medio de la mugre y la oscuridad.
Se devolvió, tenía que descansar.
Salió y se sentó en la puerta de la gran casa, mientras el sol y el viento de
la calle, entraban por ella y refrescaba, un ambiente de cien años de tristeza.
Cuando se repuso, volvió a entrar… Y
recodo que la alcoba de Juan era por
allí, (Patio principal) La busco, la encontró y entro en ella. Estaba llena de
polvo como todo y en el escritorio
encontró muchas cartas, roídas por los ratones, manchadas, por el agua y la tierra.
Todo lo demás, estaba bien, aunque, encima de la cama estaba abierto todavía,
el estuche de una pistola. Nada toco.
Salió de allí, y se fue directamente a la gran alcoba de sus bisabuelos.
Salió de allí, y se fue directamente a la gran alcoba de sus bisabuelos.
Era la más triste de todas. En la
cama se veía manchas oscuras, que en otro momento, fuese sangre roja. ¡Señal de
vida! Un vestido blanco, que ya había perdido su color, también manchado, y muy
bien puesto. En el piso, y en el escritorio, de los bisabuelos, había muchas
cartas, arrugadas, roídas por los roedores, manchadas por las cucarachas y por el
agua, que las goteras del techo, dejaban caer sobre ellas, como si fueran
lágrimas. No toco nada. Intuyo muchas cosas y salió corriendo.
¿Qué le podía decir a la abuela y a su mamá?
¿Qué le podía decir a la abuela y a su mamá?
La continuación de esta historia,
es otra historia distinta y familiar. Que solo con la autorización de mi amigo,
puedo narrarla.
Eva
Jueves,
27 de junio de 2013.
Derechos de Autor Reservados