Una noche, nos contaba mamá una aventura vivida por ella y
ahora, quiero escribirla, para no
olvidarla.
“Tenía diez años y pasaba vacaciones en la hacienda con mis
padres. Como de costumbre salí a pasear a caballo.
Era una tarde hermosa, el cielo azul, el sol brillante, la
brisa cálida y el campo más atrayente que siempre; a lo lejos se oía el suave rumor
del río y el perfume de las flores y sus colores, todo lo engalanaban. Muy lejos
estaba de imaginar lo que después me iba a suceder.
Hacía ya rato había salido de la casa y me encontraba en
campo abierto. Al frente tenía el río un
poco lejos. Atrás, había dejado la sombreada arboleda. Me detuve a
contemplar lo soberbio del paisaje, cuando de pronto oí que otros jinetes se
acercaban, no se veían pero se podía percibir con claridad el ruido de los
cascos, en el silencio de la tarde.
Arranqué de nuevo y seguí al paso. Pensaba, que si eran mis hermanos o mis amigos,
nos encontraríamos al llegar al río.
Entretenida como estaba, no me di cuenta que había sido
alcanzada por dos jinetes completamente desconocidos. No sentí miedo, ni temor
alguno. Pero sí, mucha curiosidad. Estaban
vestidos al estilo del siglo XVII. Eran, un hombre y una mujer. Pude dominar mi
caballo y observar más detenidamente a esos extraños que invadían nuestros
terrenos tan tranquilamente y con semejante vestidos. (Parecían que fueran para
un desfile de carnaval o un baile de máscaras). El hombre estaba más cerca. Su
piel era blanca y pálida, sus ojos azules de mirada absorberte. Su pelo rubio,
un poco revuelto por el viento, sus labios delgados y de risa burlona. Y su
traje, negro, lo mismo que su caballo. La mujer, era muy linda. Vestida, como
su acompañante, de negro. Su pelo era oscuro
y sus ojos, de un lindo color miel que estaban un poco escondidos detrás
del velo de su sombrero. Sus labios rojos y reía alegremente.
(Todavía recuerdo su risa franca y tranquila) .La ancha y larga falda, cubría
casi totalmente a su bello corcel blanco, que hacía juego con su hermosa piel.
No salía de mi asombro. ¿Por qué vestían de esa forma y que harían allí.?
Mi caballo, estaba muy nervioso. Poco obedecía mis
indicaciones. Como pude, arranqué y me empareje con ellos. De nuevo, se encabritó,
lo dominé como pude para no caerme y dejé que ellos, se adelantaran. ¡Estaba
furiosa!
Los ví llegar al remanso del río. El bajó de su caballo y se
acercó al de su compañera, la tomó por
la cintura y la colocó en el suelo mientras la abrazaba cariñosamente. Yo, ya
estaba cerca. Mi caballo, se encabritó de nuevo. En realidad, se me hacía muy
difícil dominarlo, pero por nada del
mundo me iría de allí. ¿Por qué me
ignoraban?
El seguía abrazándola con ternura. Yo, me acercaba cada vez
más, luchando con mi caballo, pero decidida a hacerme ver o averiguar el porqué no me veían. En ese momento ví,. que algo
brillaba a la luz del sol, era una daga reluciente, quise gritar y no pude. En
ese instante se la clavó en el pecho, la sangre brotó semejando una gran rosa
roja sobre su vestido negro. El, aún con la daga en la mano, la abrazaba. Ella,
no gritó, se sonrió y acarició con su mano vacilante, la cara de ese hombre y
quedó muerta en sus brazos. El, la soltó y ella cayó al río.
(Todavía hoy, resuena en mis oídos el sonido
sordo del cuerpo al caer.) El, guardo la
daga, subió a su caballo, le dio con la fusta al caballo de ella, que salió
desbocado y tranquilamente, siguió río abajo, despacio, con la cabeza muy en
alto, miró hacia atrás y alcancé a ver en sus ojos lágrimas. Mi caballo se paró
en las patas traseras, se desbocó y caí
al suelo.
Cuando volví en mi, estaba en la alcoba. Mamá, papá y
otro médico, se encontraban conmigo y se notaban preocupados. Mamá me contó que
me habían encontrado en el remanso del
río. Mi caballo había regresado
solo a la casa y dos días llevaba inconsciente y con una fiebre muy alta. Me
preguntaron que me había pasado y les conté todo lo ocurrido. No lo creyeron y
solo dijeron, que era un sueño producido por la fiebre y mi imaginación.
Nunca más volví a narrar mi historia. Sabía que era real, no
un sueño, pero no quería que me tildaran de loca o de mentirosa. Muchas veces intente
regresar al río, pero mi caballo no pasaba de la arboleda, se encabritaba y
volvía a la casa sin dejarse manejar por mi. Esto, me afirmaba que lo que
habíamos visto mi caballo y yo, era real, era cierto, no era mi imaginación, ni
un sueño producido por la fiebre, o el estado de inconciencia en el que había
estado sumida.
Se acabaron las vacaciones y teníamos que volver a la ciudad
para seguir estudiando. Ni mis padres ni mis hermanos volvieron a mencionar lo
ocurrido y yo, me olvidé con el tiempote ello.
Luego viajé a Europa
para hacer un curso de Historia sobre castillos, palacios, ruinas y museos, que
comenzaba en Alemania y Holanda, para seguir a los países Nórticos y Rusia,
para bajar luego, a Italia, Francia, España y Portugal. ¡Esto era un sueño!
Entramos a Holanda por el oriente de este país y llegamos a
la ciudad de Minega (Numergen). Es una belleza los paisajes que desde el tren veíamos.
Un brazo del río Rin, llamado Waal, la circunda y no muy lejos, se encuentra el
río Mosa. La primavera estaba en todo su esplendor; allí, conoceríamos el
castillo del Conde Frans Peter Van Peltlaan. Tomamos la carretera. Toda estaba
sombreada por árboles frondosos y hermosos pinos.
Llegamos. Era toda una
fortaleza; los jardines, los bosques, y la pradera se extendían por todas
partes. A lo lejos, se oía el rumor del río Mosa, (Maas). Bajaron el puente
levadizo y entramos al patio de banderas, de allí, nos llevaron directamente a
los dormitorios donde nos instalaron nuestras Damas de compañías. Luego, bajamos
al comedor donde la familia del Conde nos esperaba para conocernos. Fue una
gran velada, nos contaron muchas cosas, que todas nosotras, anotábamos en
nuestras libretas. Nos despedimos de ellos y subimos a dormir, pues a la mañana
siguiente saldríamos a conocer los jardines, el bosque y la pradera hasta el
río que cruzaba la propiedad.
Por la tarde, estaríamos en el castillo conociendo, la sala
de armas, la galería de los retratos y el invernadero donde se cultivaban
diferentes especies de tulipanes en cualquier época del año.
Por la mañana tomamos el camino que llevaba al remanso del
río,: No se, me encontraba nerviosa, algo me recordaba este paisaje. Pasamos la
arboleda, llegamos a un valle, a lo lejos estaba el río y hasta nosotras
llegaba el rumor de sus aguas.
Todo brillaba con los colores más vivos y cálidos de la
primavera. Yo seguía muy nerviosa. Todo esto me recordaba algo. ¿Pero qué?
Por la tarde, siguiendo el plan de trabajo, nos llevaron a la
sala de armas. y a la galería de los
retratos.
El hijo del Conde, que también se llamaba Frans, se acercó a mi y muy animado me fue
explicando, en francés, la historia de cada uno de sus antepasados. Nos encontrábamos
solos, pues el grupo de mis compañeras se habían quedado rezagadas.
Al llegar a un gran
ventanal, los rayos del sol de esa tarde de primavera, dieron de lleno en una
urna de cristal, haciendo brillar, una daga
de plata maciza. El corazón comenzó a latirme aceleradamente; esa daga era para
mi, conocida. Yo en algún lugar la había visto. Pero ¿donde? Pregunté en mi peor francés, a quien había
pertenecido y por qué se encontraba allí, en la galería de los retratos y no en
la de las armas. Frans, no me contestó.
Se limitó a acogerme de la mano y me llevó a otro lado Cuando mis compañeras entraron a la galería,
Frans todavía me acompañaba y muy
graciosamente me contaba los amores de sus antepasados
Llegamos a una esquina del gran salón de mármol y entre unas
cortinas rojas estaban dos grandes pinturas, que mostraban a una hermosa mujer
y un atractivo hombre. Entonces recordé… Eran ellos. Los dos jinetes que había
visto en la hacienda y desde sus marcos, ellos me miraban. El con su sonrisa
burlona y ella, con la suya, franca y tranquila. Todo me dio vueltas y caí desmayada.
Cuando volví en mi, estaba rodeada de todas mis compañeras y
mi nana me sostenía en su regazo. No alcanzaba a entender que pasaba y ellas,
menos. El Conde hizo que todas mis amigas salieran. Mi dama de compañía y yo,
quedamos solas con él y su hijo. Me preguntó que había sucedido y le conté todo
lo que recordaba de lo ocurrido en la hacienda
de mis padres, ocho años atrás. Muy pálido y sorprendido me dijo:” Esos son mis
abuelos. Lo que vio, fue lo que ocurrió hace ochenta años aquí, en el lugar
donde estuvieron ésta mañana. En el remanso del río. La daga, es la que está al
pié del ventanal. ¿El por qué lo hizo? Nadie lo sabe. Ese mismo día mi abuelo se
suicidó con la misma daga en éste salón.
Además, una sola persona vio el crimen; su hija, mi madre, la cual me lo contó
hace ocho años, cuando estaba muriendo.”
Quedé espantada, yo había visto esa escena exactamente hacía
ocho años. ¿Por qué? ¿Por qué tanto
tiempo después en un pueblo de Colombia, en un continente distinto, yo había
representado el papel de la hija de esa pareja cuando ella moría y revelaba su
secreto? ¡Nunca me lo he podido explicar!” Mamá, se quedó en silencio y
pensativa". Yo la miré un poco asustada.
¿Quién podría explicarme lo que a ella le había sucedido?
¿Por qué y para qué el espíritu de una mujer mayor, se había comunicado con una
niña que tenía la misma edad de ella, cuando había sido la testigo de la muerte
de su madre?
. ¿Qué nombre se le puede dar a éste fenómeno? No lo sé, lo
único que sé, es que así ocurrió.