ROBERT Y JENNY
-
¡Mira, que me caigo!
- ¡Ni lo digas!
- ¿Qué hago yo, si te ocurre algo? ¡No sé, culpa tuya será! Yo te
dije que no camináramos por acá. Además, que no te subieras allí.
- ¡Está bien! ¡Está bien!
- Intentaré bajar. Pero mira, que
bella margarita he cortado y es para ti.
Desde mi balcón yo
escuchaba este tierno diálogo, pero nada veía. ¿Estaba soñando?
La noche era clara,
cálida, pero nadie estaba a mí alrededor.
El dialogo continuo:
- ¡Que te caes!
- Tranquila mujer, que nada pasara. Solo quiero coger otra
margarita. Siente su perfume, su fragancia es suave, tierna y quiero
regalártela.
- ¡Que me asustas!
Una risa suave, como
sus voces, se escuchó y esto, si me lleno de temor. Cerré el balcón, me refugie en la cama y abrace mi almohada.
Con mi música de siempre, intente serenarme.
Pero cual sería mi
sorpresa al seguir escuchando ese dulce diálogo de alguien que yo no veía.
- ¡Te lo dije! ¡Te has caído!
¿Ahora qué hago para
subir hasta allí?
-Nada, yo bajo Las
margaritas no se estropearon.
- ¡No subas! He
descubierto algo muy lindo y voy a mirar.
- ¡Que te bajes!
- ¡Que te calles!
Yo, entretanto, estaba
quieta muy quiete y muy, pero muy, asustada.
Alcé la almohada y lo
que vi, fue algo precioso.
Entonces, comprendí,
que estaba dormida y que estaba soñando ya que no era posible estar despierta.
La puerta de vidrio del
balcón estaba medio abierta y por ella entraban y salían dos lindas margarita.
¿Pero cómo se movían solas? Yo estaba dormida. Estaba soñando.
Una linda figurita acababa de entrar al balcón y llamaba, a
alguien.
-¿Dónde estás? Las
margaritas se detuvieron y otra pequeña figurita apareció:
- Aquí estoy. Mira todo
lo que he descubierto. Ni tú ni yo habíamos visto esto antes.
En ese instante, ellos
sorprendidos y yo más, me vieron. Ellos quedaron mudos y quietos y yo, también.
Me observaban y yo a
ellos, se movieron suavemente retrocediendo y en un movimiento rápido los
agarre a los dos. Tenía que convencerme si estaba soñando, si estaba con un
ataque (pequeño de locura), o que era verdad lo que ocurría, en esa noche clara
de verano.
Gritaron patalearon,
pero a la cama fueron a parar. Se quedaron quietitos y solo me miraban. Por fin
se decidieron y con sus pequeñas manitas, comenzaron a tocar mi cara. No me
moví, para que no se asustaran y después de su inspección, se recostaron en mi almohada, resignados.
Era mi turno: Los acaricié con mi dedo índice,
les dio cosquillas y se rieron.
Y así comenzó, la
amistad de Robert y de Jenny conmigo. Los dos pequeños gnomos enamorados,
aventureros y felices, que noche tras noche (siempre y cuando no lloviera) se
robaban las margaritas de mi jardín.
Ahora, todavía me
visitan y una de sus hijas, lleva mi nombre.
Eva
Lunes 8 de agosto de 2016
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